Que tenemos administraciones mejores que hace 40 años es una obviedad, eso está muy bien, pero lo importante en este momento es cómo evolucionamos nuestras instituciones para dar respuesta a los grandes desafíos del siglo XXI, pues las que tenemos son ineficientes y hacen aguas por todas partes.
El paradigma en el que se sustentan nuestros modelos de gobernanza está agotado. Nuestras instituciones (ayuntamientos, diputaciones) fueron diseñadas para dar respuesta a las necesidades del siglo XIX y XX, pero el mundo ha cambiado.
Si en este tiempo echamos un vistazo a la evolución en los modelos de gestión (dirección, liderazgo, gerencia, management) de las empresas y organizaciones; podremos observar una distancia abismal entre el modelo obsoleto e ineficiente que representan las administraciones y el dinamismo del resto.
Cuando las empresas y organizaciones modernas están adoptando modelos de producción y gerencia de la Cuarta Revolución Industrial, basadas en el liderazgo horizontal, la satisfacción del cliente, la cultura de la creatividad, la innovación, la flexibilidad y el emprendimiento; nuestras administraciones responden a un modelo de burocracia insostenible donde prima la falta de sensibilidad y enfoque a la resolución de problemas.
Cuando las organizaciones actuales están evolucionando el modelo de gestión de Drucker (gerente y trabajador emprendedor) al management moderno caracterizado por el gerente/coach y el trabajador creativo dotado de nuevas habilidades (Flores, Echeverría). Las administraciones están en el modelo de gestión de la Tercera Revolución Industrial, siguiendo el manual de Taylor basado en la burocracia y la realización de tareas repetitivas. ¡Se han quedado en el siglo XIX! Aunque usan internet y ordenadores, lo hacen en una cultura de trabajo y esquemas de pensamiento de otra época que responde a un paradigma agotado.
Cuando empresas y corporaciones seleccionan sus plantillas buscando personas emprendedoras capaces de escuchar necesidades, armar ofertas, generar satisfacción, producir calidad, gerenciarse de manera autónoma, coordinar tareas, gestionar emociones y estados de ánimo, planear, planificar, evaluar… Las administraciones lo hacen buscando autómatas, personas que realicen tareas estándar. Administraciones insensibles, sordas (incapaces de escuchar a la ciudadanía), ciegas (incapaces de tener visión y orientación al futuro), mudas (incapaces de dar respuestas a las nuevas necesidades), ineficientes, autocráticas.
Hemos de repensar nuestras instituciones locales en un momento en el que el mundo clama por una gobernanza mundial para gestionar la globalización, donde los estados-nación están en crisis y las megalópolis y sus alcaldes ganan terreno e influencia a los países. Ya está bien de mirar a 1970, hay que hacerlo a 2050, pues los desafíos actuales son: la convergencia tecnológica, el reto demográfico, la globalización, la robotización, el cambio climático, la transformación del trabajo…
Además de organizar el territorio y dotar de infraestructuras y servicios básicos, las administraciones han de enfrentar desafíos completamente nuevos para dinamizar la vida social, económica y laboral (industria 4.0, inteligencia artificial, big data…); y todo ello exige de un nuevo liderazgo y visión de la acción política que propicie el desarrollo económico y laboral de los municipios desde la especialización inteligente, la economía de la experiencia, economía verde y circular… Unas políticas tendientes a la creación de ecosistemas y espacios atractivos para las nuevas industrias y actividades de la Cuarta y Quinta Revolución Industrial (laboratorios de innovación, Fab Labs, transición energética, comercio electrónico, desarrollo de programas de formación y empleo basados en la adquisición de nuevas competencias…).
Para hacer esa transición necesitamos quitarnos muchas telarañas de la cabeza, planificando las inversiones e infraestructuras pensando en el futuro, y no como hasta ahora que seguimos empecinados en diseñar el futuro pensando en el pasado (polígonos industriales de la Tercera Revolución Industrial, obras faraónicas y de infraestructuras que no sirven para nada…).
Claro que en 40 años hemos mejorado muchas cosas, claro que elegimos a nuestros representantes cuya voluntad muchas veces queda atrapada en la tela de araña del funcionariado que asfixia cualquier intento de mejora. Pero aún nos falta un mundo.
Administraciones donde los funcionarios toman el control sin pudor alguno amparados en su estatuto especial, mientras espetan al ciudadano: así se hacen las cosas porque lo digo yo; y al político de turno: a ti te echarán y yo seguiré aquí. Una función pública que no tiene cabida en los tiempos que vivimos, pero con patente de corso propiciada por la falta de un liderazgo político incapaz de adaptarla a los nuevos tiempos (interés partidista, cálculos electoralistas).
Todo cambio en la infraestructura (producción, trabajo, tecnología) requiere ajustes de la superestructura (instituciones, gobernanza), es una ley de la historia. Si las instituciones no son capaces de adaptarse a las nuevas necesidades de la sociedad, habrán de ser reformadas o disueltas, pues su función última es cumplir sus fines fundacionales, que son los de servir a la ciudadanía y al progreso global.
Ahora podemos seguir mirándonos al ombligo y pensar lo bien que lo hemos hecho o tomar el toro por los cuernos y ponernos a trabajar en los cambios necesarios de un edificio institucional que amenaza ruinas.
En esta historia no hay culpables, sólo necesitamos reconocer una realidad que requiere un cambio drástico y líderes que estén a la altura. No es tiempo para nostalgias, autoalabanzas, discursos huecos ni banderas, es el tiempo para salvar unas instituciones arcaicas que amenazan atraparnos en sus escombros. Necesitamos líderes de verdad dispuestos a hacerlo.
Adelante!!!
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