NUESTRO ANÁLISIS
Este chico ha pasado de ser un estereotipo de éxito que nuestra sociedad estimula y alienta en todas sus manifestaciones: conversaciones diarias (pegar el pelotazo), medios de comunicación (grandes hermanos, islas de famosos), relaciones sociales (qué hay de lo mío); a someterse al escarnio público.
Producto de una sociedad sin rumbo que es capaz de pisotearte con el mismo argumento con el que te encumbró. ¿Víctima o culpable? Difícil de saber. Lo único claro es que hemos equivocado los valores y el talento, generando con ello una gran confusión, hasta invertir la relación natural entre mérito y recompensa social. Liderazgo, emprendimiento, osadía, atrevimiento, innovación, creatividad…. Se han convertido en palabras huecas carentes de su auténtica naturaleza y capacidad transformadora.
Para ser justos, a Nicolás no podemos negarle trazas importantes de visión, creatividad y autoconfianza; que con una guía y un apoyo adecuados, quién sabe si podrían haber cuajado a una persona notable y meritoria.
También ha puesto de manifiesto el manejo de ciertas artes: comunicación, emocionalidad, seducción y tenacidad.
Sin embargo todo ello se desmorona ante unos principios y valores equivocados en cuyos señuelos quedó atrapado, ante el apremio por conseguir el éxito a toda costa, ante lo cual no cabe crecimiento, obra ni legado. La identidad está destruida.
¿Villano? ¿Fracaso colectivo? El que esté libre de culpa que arroje la primera piedra.