Si no tuviéramos la autoestima tan baja, reconoceríamos que tenemos un gran país que millones de personas en todos los continentes sueñan con que un día pueda ser su hogar. Salgan por ahí afuera para comprobarlo y comparen. Un gran país mejorable, con desequilibrios a compensar: por ejemplo, la desigualdad social por la crisis del 2008, aún vigente, y agravada por el COVID. La social, porque la igualdad de oportunidades real no es tan clara como se proclama. Desigualdad de género, por más que España sea país adelantado en la materia, pero con trecho aún por recorrer. Y desequilibrio territorial, porque es un despropósito que el ochenta por ciento de la población vivamos en la quinta parte del espacio, lo que es insostenible incluso desde el punto de vista medioambiental. Hay más desajustes, como el lacerante desempleo juvenil y el desequilibrio entre unos cuantos millones de parados y el mismo número, aunque con otras cualificaciones o mejor disposición al trabajo, que no se contratan porque no se encuentran, como en la ingeniería o en la construcción.
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