De forma recurrente una serie de tecnologías ha ido incorporándose al uso cotidiano suponiendo una interrupción brusca de cómo se hacen las cosas, un concepto al que habitualmente denominamos disrupción.
Sin embargo, la asimilación de estas tecnologías suele venir acompañado, como buen interruptor, de un elemento que activa ese estado de cambio.
Vivimos un momento disruptivo en la extensión de los ordenadores cuando IBM diseña el PC por aquellos años ochenta, cuando los ordenadores existían desde la década de los sesenta del siglo anterior.
Vivimos otro momento disruptivo con la asimilación de Internet como medio de comunicación a través de la amplia implantación de la www, en los años noventa, cuando Internet se venía desarrollando con éxito desde los sesenta en ámbitos académicos y militares.
En la primera década del siglo actual, vivimos la generalización de la tecnología móvil, que venía desarrollándose desde los años setenta, y gran parte de la disrupción la terminó provocando Nokia, entre otros, con esos terminales ligeros que se iluminaban al recibir la llamada dentro de un bolso.
En la segunda década Apple nos pone al alcance de la mano, el smartphone, copiado hasta la saciedad y su modelo desarrolla un ecosistema de innovación a través de la creación de aplicaciones móviles que genera unos ingresos masivos a toda una comunidad empresarial.
Más recientemente, con el desarrollo masivo de la web 2.0 y las redes sociales y la acumulación ingente de colecciones de datos, es cuando incorporamos el término de algoritmo, como un algo que condiciona nuestras formas de actuar conduciéndonos hacia unos comportamientos supuestamente orientados a nuestros gustos y necesidades, siendo el algoritmo un elemento base de los lenguajes de programación, de toda la vida.
Todas estas disrupciones se han incorporado de forma “natural” a nuestras vidas y han sido asumidas sin un esfuerzo excesivo por parte de la sociedad, y todas han necesitado de un elemento interruptor para generalizar su uso.
Computación, comunicación, movilidad y grandes conjuntos de información han ido sumando las bases de otro fenómeno disruptivo, que ya venía sentando sus principios desde los años cincuenta del XX con los primeros procesos de lenguaje natural, las redes neuronales que se definen en los años sesenta, los principios de entrenamiento de máquinas, la ciencia de los datos o el aprendizaje profundo y que hoy venimos a denominar inteligencia artificial.
Cuál ha sido el interruptor para que socialmente adoptemos la IA como una tecnología totalmente generalizada, cuando desde hace bastantes años contábamos, por ejemplo, con IBM Watson desde 2011.
La aparición de ChatGPT hace menos de tres meses ha provocado una adopción masiva de la inteligencia artificial, suponiendo el recurso con mayor número de crecimiento de usuarios en menos tiempo: TikTok tardó unos nueve meses desde su lanzamiento mundial en alcanzar los 100 millones de usuarios e Instagram 2 años y medio mientras ChatGPT lo ha hecho en menos de dos meses.
Las consecuencias de esta masiva adopción, y de sus aplicaciones derivadas, ya ha supuesto un cambio de tendencia en la batalla continua de los buscadores, Bing ha recuperado más de 100 millones de usuarios arrebatados a Google, al integrar el innovador chatbot en su buscador.
Otros cientos de empresas han visto como sus aplicaciones basadas en inteligencia artificial desbordan sus previsiones de crecimiento y se extienden entre millones de usuarios que crean presentaciones increíbles en media hora, vídeos imposibles o imágenes que se escapan al consciente colectivo. El entretenimiento y la productividad al alcance de cualquiera.
Pero lo mejor viene ahora: millones de personas hemos terminado de entender las capacidades de la inteligencia artificial, y estamos en busca de cómo aplicarla a nuestros retos diarios, a nuestros procesos creativos, a la forma de aprendizaje o a la toma de decisiones.
Millones de personas que vamos a orientar y condicionar el uso de nuevas formas de aplicación de la inteligencia artificial, y las empresas nos van a dar el gusto de desarrollarlas.
Algunas con carácter más innovador nos harán propuestas, otras de carácter más social acabarán escuchándonos y desarrollando a medida de nuestras necesidades nuevas fórmulas de entendernos, relacionarnos y crecer como seres humanos.
La oportunidad de desarrollo económico aparece en múltiples vertientes:
De una parte, toda la tecnología necesaria para alcanzar el desarrollo de una solución IA: ciencia de datos y big data; centros de procesos de datos y energías eficientes que los permitan funcionar de forma sostenible; analistas de datos y entrenadores de máquinas; desarrolladores software y diseñadores gráficos que generen interfaces amigables acordes a nuevas formas de representar la información. Por ejemplo, el servicio de AWS de reconocimiento facial basado en la ingente cantidad de fotografías y aprendizaje sobre los mismos acumulados. Nivel 1.
De otra parte, los desarrolladores de servicios y soluciones basados en N1, equipos que diseñan nuevas formas de aplicación de la IA en educación, en medicina, en ingeniería o en procesos productivos utilizando las infraestructuras y soluciones que facilitan las primeras. Por ejemplo, una empresa que desarrolla soluciones de reconocimiento facial para la acreditación de la identidad. Nivel 2.
Al final de la cadena, los consumidores, empresas que adaptan la solución a sus procesos y la propia ciudadanía, que adquiriremos las soluciones y adaptaremos nuestra forma de hacer las cosas, de una forma totalmente natural. Por ejemplo, una compañía de vuelos aéreos que permite la identificación del pasajero en una cola de embarque desde la app de nuestro móvil. Nivel 3 y Nivel 4.
Cada uno de estos niveles permite incorporar esta disrupción y generar nuevos espacios de desarrollo económico y social, sobre las que cada uno de los territorios y las políticas que apliquen favorecerán de forma determinante su propio desarrollo.
Queda pendiente por resolver toda la cuestión ética de cómo hacemos uso de esta nueva disrupción y sus posibles consecuencias e impactos en la aplicación y buen, o mal, uso de las tecnologías que ya están a disposición, pero eso ya es otra historia.
Agustín Aretio Gómez,
Jefe de Área de Innovación y Provincia Digital de la Diputación de Cáceres.