El perfeccionamiento de la democracia se basa en trasladar los resortes de la acción y el cambio al ciudadano. La democracia en su sentido más profundo transfiere la capacidad de dirección y liderazgo a cada persona. Este fenómeno va mucho más allá de ejercer el derecho a ser consultado y está relacionado con tener acceso a mecanismos para la acción transformadora.
La banalización del concepto participación.
Participar en las sociedades democráticas maduras no sólo es preguntar y obtener el sentir o la opinión de la gente. Podemos tener resortes y mecanismos para pulsar la opinión ciudadana minuto a minuto y con ello no está garantizada una mejor democracia.
La esencia de la democracia se basa en empoderar al individuo como actor y protagonista del cambio, tiene que ver más con el concepto de co-liderazgo: yo soy responsable, yo quiero hacerme cargo de un espacio de la cosa pública, yo aspiro a mejorar la vida de la comunidad, yo quiero ser protagonista….
Un fallo en el funcionamiento del sistema de partidos (sin desmerecer su gran contribución a la democracia) está en achicar los espacios para que las personas puedan desarrollar sus iniciativas y co-inventar el futuro.
El problema está en que la democracia hasta ahora no ha sabido crear los espacios para que las personas puedan desarrollar sus legítimas aspiraciones de liderar y convertirse en actoras de la transformación y el cambio, confiriendo esa trascendental tarea al buen hacer de los partidos políticos.
Pero los tiempos han cambiado y el sistema necesita ajustes. La salud de nuestro modelo de gobernanza pasa por crear nuevos cauces para que el individuo pueda ser líder y protagonista en la cosa pública al menos en una faceta de su existencia. Si para la democracia del siglo XIX era suficiente que la toma de decisiones se abriera a los varones con hacienda (voto censitario), y en el siglo XX fuera preceptivo el sufragio universal; la democracia del siglo XXI exige cauces para que cada persona lidere en la polis o en la cosa pública.
Prueba de lo que digo está en la deserción y el abandono que con carácter masivo están sufriendo los partidos políticos. Las organizaciones que no cumplen sus fines fundacionales han de ser disueltas o refundadas, no cayendo en la trampa de los que nunca creyeron en la democracia y ven en esta coyuntura de debilidad una oportunidad para terminar con ella.
Los partidos necesitan una sincera reflexión y una agenda de compromiso para un cambio profundo. Las personas no abandonan sus marcas, son sus marcas las que las abandonan a ellas, a pesar de las fidelidades perrunas que unen a algunos seguidores con sus partidos. Cuando un partido insinúa que no gana porque los electores están equivocados, está firmando su propia sentencia. La crisis es tan grande que puede darse la paradoja de tener comicios sin ganador, y no estoy hablando de empates técnicos, sino de un abandono masivo del modelo por la ciudadanía, y esto es indeseable porque perdemos todos.
Cuando una persona, generalmente joven, se acerca a un partido político con la sana intención de protagonizar un proyecto de mejora y cambio para su comunidad, termina atrapada en un espacio con una tapadera de acero que le impide su progresión, quedando relegada sine die a la tarea de «pegacarteles», «repartefolletos», «correveidiles», «repiteconsignas». La acción se focaliza en el mantenimiento del estatus, la escucha pierde su imperativo ético convirtiéndose en endogámica, los valores sucumben ante los intereses particulares. A la vuelta, el individuo descubre que se encuentra en un espacio tóxico que le impide la creación de un entorno de confianza y lealtad para construir su causa. Al final resulta que la causa es el partido y no la transformación de la vida económica, social, cultural… que reza en sus fines fundacionales.
El espacio de los líderes, los emprendedores y los revolucionarios no está ya como antaño en los partidos políticos, está en las incipientes y embrionarias organizaciones que se están gestando en otras esferas dotadas de mayor libertad y autenticidad.
Los partidos achican y ahogan los espacios para la iniciativa y el liderazgo humano, su credibilidad está bajo mínimos: haced lo que os digo pero no lo que hago, el que se mueva no sale en la foto, aquí mando yo ….
La verdadera evolución de la democracia no está en desarrollar mecanismos para pulsar el botón de la opinión hasta la extenuación, está en abrir el espacio de juego del liderazgo a toda la sociedad, para corresponsabilizar al ciudadano en los retos colectivos (desempleo, medio ambiente, envejecimiento, hambre…). Puede que este salto cualitativo (ojalá) lo den los partidos políticos, si no, terminarán por eclosionar las organizaciones que los sustituyan, un reto más para los líderes del presente y el futuro ¡Basta de quejarse! Los líderes no lloriquean por los rincones ¡Actúan! ¿Y tú, te atreves?
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Lo que me parece mal es que si votas a un Partido «tengas que comprar todo el paquete». Debería ser como en EE UU y los asuntos más importantes, o polémicos, someterlos a referendum.